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Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz efectuado en la velada solemne por el Centenario de la Caida en Combate del Mayor General Ignacio Agramonte Loynaz, Camaguey, el 11 de mayo de 1973

Дата: 

11/05/1973

Camagüeyanos:

Nos reúne en la noche de hoy una fecha histórica, que fue amarga y dolorosa en la larga lucha de nuestro pueblo por su independencia: la caída en combate del Mayor General Ignacio Agramonte el 11 de mayo de 1873.

Algunos detalles que rodean este acto nos recuerdan aquella fecha, aquella época. Por ejemplo, este antiguo hospital donde tendieron el cadáver de Ignacio Agramonte el 12 de mayo de aquel año.

Para comprender los acontecimientos, la importancia que tuvo la vida y la obra de Ignacio Agramonte en la historia de la patria; para comprender la significación de esta fecha, hay que remontarse mas de 100 años en la historia de Cuba, hay que hacer un esfuerzo de la imaginación. No era el Camagüey de entonces el Camagüey de hoy; no era la Cuba de entonces la Cuba de hoy; no era la vida de entonces la vida de hoy.

Por aquellos años que precedieron al inicio de nuestra primera gran guerra por la independencia nuestro país era una colonia española, donde España había ejercido su soberanía durante más de 350 años. No había una nación, en el sentido que tenemos hoy; ni un pueblo, en el concepto que tenemos hoy. La nación prácticamente estaba por gestarse. Un pueblo con verdadera conciencia patriótica estaba por formarse.

La Cuba de aquellos años estaba terriblemente dividida en clases sociales. Era nuestra tierra uno de los países más atrasados de aquella época. Cuando en los demás pueblos de habla hispana había desaparecido ya la esclavitud hacía decenas de años, en Cuba, con una población de algo más de 1 200 000 habitantes, había casi 400 000 esclavos. ¡Un 30% de la población era esclava! ¡Formaba parte de las propiedades de las clases dominantes! Otra parte importante de la población era española. Estaba integrada con la metrópoli que nos dominaba y nos explotaba colonialmente. El resto de la población era cubana: los descendientes de los antiguos conquistadores y colonizadores españoles y los descendientes de antiguos esclavos.

Claro está que una parte de la población cubana descendiente de los antiguos españoles participaba en un grado importante de las riquezas. Mientras la población española se dedicaba fundamentalmente a las actividades comerciales y administrativas, un sector de la población cubana era poseedora de importantes riquezas, dueña de plantaciones cañeras, de ingenios azucareros —que, claro está, eran muy distintos de los ingenios de esta época—, propietaria de plantaciones cafetaleras y también de estancias ganaderas. A la vez, integrantes de esta misma población ejercían las llamadas profesiones liberales: abogados, médicos, y otras.

Aquel sector de la sociedad cubana había tenido oportunidad de estudiar y de ilustrarse, había tenido acceso a los conocimientos y —en parte también— a las ideas de aquella época. Pero no participaba de ninguna gestión administrativa o política, no tenía ninguna representación en el gobierno del país.

Esto cuando ya habían transcurrido aproximadamente 50 años desde que otros pueblos de habla hispana se habían liberado; y cuando —mucho antes todavía— ya en Norteamérica había surgido una república independiente de las antiguas colonias inglesas.

A veces llama la atención el hecho de que nuestro país, como caso único prácticamente, en unión de Puerto Rico, hubiese permanecido tanto tiempo como colonia española. Pero es que ni siquiera constituíamos una verdadera nación, en su cabal sentido de la palabra, a principios de siglo. Y donde no hay nación, no se puede hablar de la independencia de la nación.

No obstante eso, es cierto que en 1826, en el Congreso Bolivariano, se planteaba la idea y la necesidad de conquistar la independencia de Cuba. Pero también ya en aquella época surgió la oposición terminante de Estados Unidos, que desde tiempos atrás soñaba con la idea de anexar en alguna ocasión a Cuba a su territorio.

Pero incluso, cuando aquel sector de la población cubana que había tenido acceso a la cultura y acceso en parte a las riquezas nacionales consideraba la idea de la independencia, se veía desalentado y atemorizado a causa de aquella odiosa institución que fue la esclavitud.

Durante la primera mitad del siglo pasado la economía cubana había prosperado, en cierto sentido como consecuencia de la Revolución de los esclavos en Haití, seguida de una lucha que implicó la destrucción casi total de las riquezas en aquel país. Y beneficiándose en parte la economía cubana con ello, se desarrollaron considerablemente las plantaciones cañeras y cafetaleras.

Pero el desarrollo de las plantaciones cañeras y cafetaleras iba indisolublemente unido al desarrollo de la esclavitud, y durante decenas de años se incrementó extraordinariamente la introducción de esclavos en Cuba; el número de esclavos había crecido extraordinariamente. Y la institución de la esclavitud gravitó tremendamente sobre la historia de Cuba porque, frente a la idea de la independencia, surgía el miedo a los esclavos, el miedo a la sublevación de los esclavos, el miedo a la repetición de los acontecimientos que habían tenido lugar en Haití.

Los poseedores de las riquezas eran virtualmente una reducida minoría, frente al enorme número de esclavos. Y la metrópoli, conociendo esta realidad, agitaba el miedo, y les decía a los cubanos que la lucha por la independencia iría acompañada de la sublevación de los esclavos; e incluso insinuaba que, si se iniciaban las luchas por la independencia, en último extremo acudiría al recurso de abolir la esclavitud y utilizaría los esclavos contra aquella clase social cubana que podía anhelar la independencia. Y como estos factores sociales y económicos son los que determinan el curso de la historia, lo determinaron también en nuestro país, en el sentido de prolongar la hora de la independencia de Cuba.

Pero este factor fue también el fundamento y la base del surgimiento de una de las más peligrosas corrientes políticas de aquella época, la corriente anexionista, que se unía a las ansias expansionistas de los Estados Unidos y al particular interés de los estados sureños, que aspiraban a contar en Cuba con un Estado esclavista más que les ayudara con su representación en el Senado a mantener su statu quo en Estados Unidos.

Esa corriente fue sumamente peligrosa, y se basaba precisamente en la idea de que la única forma de barrer con la administración española, deshacerse de la dominación de España, adquirir algunas prerrogativas políticas, y a la vez mantener la esclavitud, era uniéndose a Estados Unidos, y naturalmente, de aquella corriente participó en un grado considerable aquella clase social cubana poseedora de las riquezas, poseedora de las plantaciones cañeras y cafetaleras, aunque no toda. Siempre hubo oposición, siempre hubo exponentes de criterios opuestos, partidarios de que, aunque fuese necesario esperar bastante tiempo antes de que Cuba aspirara a la independencia, no podía ni debía sacrificarse la naciente nacionalidad cubana uniendo esta tierra y este pueblo a los Estados Unidos de Norteamérica.

Con el transcurso de los años, surgió un acontecimiento que tuvo importancia decisiva tal vez en los destinos de nuestro país, que fue la Guerra de Secesión en los Estados Unidos, que se inicia en 1862 entre los estados industriales del norte y los estados esclavistas del sur.

Aquella contienda civil contuvo durante un período determinado de tiempo la política expansionista de Estados Unidos, que durante la guerra y después de la guerra hubo de invertir sus energías en la reconstrucción del país. Pero, a la vez, significó un golpe de muerte al movimiento anexionista en el seno de la sociedad cubana, puesto que al ser factor determinante el problema de la esclavitud en la idea anexionista, aquel objetivo ya no podía cumplirse desde el momento en que con motivo de la guerra civil quedó abolida la esclavitud en Estados Unidos.

Fue aquella la época de Lincoln que, sin duda, ganó merecido prestigio por su vida y por su conducta y por sus ideas en todo el mundo. Fue también un momento de considerable prestigio político para Estados Unidos en el mundo, e incluso entre las corrientes liberales en Cuba.

y al surgir la declinación del anexionismo, comenzó a surgir otra corriente política que se llamó el reformismo: la aspiración a obtener de España determinadas prerrogativas políticas, determinados cambios en favor de los cubanos, sin la guerra, sin la independencia.

y aquella corriente estaba en pleno apogeo años antes del estallido de la guerra de 1868. Incluso las acciones de España, con la abrupta frustración de las aspiraciones reformistas, se supone que condujeron directamente al estallido revolucionario. Pero aquel estallido no podía ser cosa fácil ni sencilla en medio de aquel conjunto de circunstancias adversas.

¿Quiénes podían iniciar aquella guerra con la idea de la independencia? No podían ser precisamente los esclavos. Los esclavos estaban encadenados, encerrados en los barracones sometidos a la peor opresión, sin acceso al estudio, sin acceso a las ideas y a la cultura política, sin ninguna prerrogativa social. No es que los esclavos no se sublevasen. Más de una vez se sublevaron y lucharon heroicamente contra sus opresores. Pero fueron bárbaramente reprimidos.

El sector social que podía enarbolar las ideas independentistas, una vez fracasado el movimiento anexionista y el reformista, era aquel sector social que tenía acceso a las riquezas nacionales, al estudio y a la cultura. Y los representantes de aquel sector social fueron los que efectivamente, actuando de una manera progresista y revolucionaria, iniciaron la lucha por la independencia.

Pero aquella lucha no podía estallar de una manera perfecta, de una manera idealizada en todo el país. Los factores que determinarían la participación de las distintas regiones del país en esa guerra estarían influidos por circunstancias sociales y circunstancias geográficas y topográficas.

Era muy difícil que la lucha armada estallara por el occidente del país. En el occidente del país estaba la capital, el centro de dominación de la metrópoli, el grueso de sus fuerzas y las más adversas condiciones geográficas. Pero, además, era también la región del país donde existía más temor a las consecuencias de la lucha por la independencia, por el hecho de ser la región que tenía más alto porcentaje de esclavos. Un 40% de la población de occidente era esclava. Un 46% de la población de la provincia de Matanzas, ubicada en esta región donde se habían desarrollado considerablemente las plantaciones cañeras, era población esclava. Había muy pocos campesinos independientes, propietarios de parcelas agrícolas.

No era igual la situación en la región oriental del país.

Oriente era la provincia con menos porcentaje de esclavos: un 19%. La seguía Camagüey, con 21%. Y después Las Villas, con un 25% de población esclava.

Era lógico que los dirigentes de la guerra independentista surgieran precisamente entre aquellos terratenientes orientales, camagüeyanos y villareños, donde el problema social de la esclavitud era menos atemorizante. Y sobre todo en la región de Oriente, donde la esclavitud se concentraba fundamentalmente en las regiones de Guantánamo y Santiago de Cuba. En la jurisdicción de Bayamo, Manzanillo, Tunas, Holguín, Jiguaní y Baire —en aquellas jurisdicciones es donde se inicia precisamente la guerra por la independencia—, la población esclava apenas alcanzaba el 6% del total y el número de modestos campesinos independientes era elevado.

Y, por tanto, los dirigentes de los sectores cubanos estaban menos imbuidos por aquellos temores que paralizaban a los cubanos en la región occidental del país.

La guerra tenía que estallar, y estalló, precisamente por las regiones orientales y centrales.

Había, sin embargo, cubanos partidarios de la independencia en la región occidental. Y existía también en La Habana una Junta Revolucionaria integrada fundamentalmente por aquellos cubanos que se habían decepcionado del camino reformista. Y existían, por supuesto, Juntas Revolucionarias en Oriente, en Camagüey y en Las Villas.

Aquellas Juntas Revolucionarias iniciaron sus contactos, trataban de ponerse de acuerdo. Se reunieron los representantes de Oriente y de Camagüey: estaban de acuerdo en el camino de la independencia y en la necesidad de luchar por ella; pero no estaban de acuerdo acerca de las condiciones necesarias para iniciar la lucha; no estaban de acuerdo acerca de la fecha, del momento en que debía iniciarse esa lucha.

Pero entre los propios orientales no todos estaban de acuerdo acerca del momento en que debía comenzar la contienda por la independencia. Y en aquella situación es un hecho histórico que Carlos Manuel de Céspedes, en todas las reuniones que precedieron al estallido, era de los más decididos y de los más impacientes para iniciar el combate. Era del criterio de que las condiciones en aquellos instantes se presentaban propicias y que no debía dársele oportunidad a España de iniciar la persecución y la represión.

y es de esa forma que, en los primeros días de octubre del año 1868, reunidos Céspedes y otros patriotas en el ingenio El Rosario, de la jurisdicción de Manzanillo, acuerdan iniciar la lucha el 14 de octubre. Después se vieron en la necesidad de adelantarla cuatro días, porque las autoridades españolas —según se afirma— habían tenido noticias de las actividades conspirativas y se disponían a arrestar a los revolucionarios.

y así estalla la guerra el 10 de octubre de 1868 en La Demajagua.

Aquel estallido sorprende al resto del país; no a los orientales, que tuvieron noticias de los acuerdos tomados en el ingenio El Rosario. Sorprendió totalmente a los camagüeyanos, que no tenían noticias de aquellos acuerdos. Y sorprendió, por supuesto, al resto del país.

En aquellos días, el dirigente principal de Camagüey era Salvador Cisneros Betancourt, que se encontraba precisamente en La Habana discutiendo con la Junta Revolucionaria de aquella ciudad, cuando se produce el 10 de octubre. De modo que no se pudo lograr un alzamiento coordinado de los distintos elementos revolucionarios en las distintas regiones del país.

El alzamiento de Céspedes tiene éxito. La llamarada se extiende por toda la provincia de Oriente. Toman la ciudad de Bayamo, toman Jiguaní, toman Baire, atacan Holguín, atacan a Victoria de las Tunas, aunque no pudieron tomar estas dos últimas localidades. Algunos camagüeyanos, por iniciativa propia, se alzaron apenas tuvieron noticias de los sucesos de Oriente, el 11 de octubre de 1868.

La Junta Revolucionaria de Camagüey decide promover el alzamiento para el 4 de noviembre de aquel año. Y, efectivamente, 76 patriotas camagüeyanos aquel día se levantan en armas.

Pero, indiscutiblemente, la lucha surgió en forma independiente en Oriente y en Camagüey. En cierto modo estaban sentadas las bases de las discrepancias que después ocurrieron.

El alzamiento en Las Villas tiene lugar el 6 de febrero de 1869.

Ni Cisneros Betancourt ni Ignacio Agramonte se encontraban aquel día entre los 76, porque ellos, como dirigentes de la Junta Revolucionaria de Camagüey, habían permanecido en la ciudad responsabilizados con importantes tareas. No obstante, ya el 11 de noviembre se produce la integración de Ignacio Agramonte a las fuerzas revolucionarias levantadas en armas.

Pero tampoco fue fácil el inicio de la lucha en Camagüey. Había algunas discrepancias entre ellos. Algunos jefes revolucionarios con prestigio prestaban oídos a las promesas de los españoles, prestaban atención a las gestiones de paz. Es conocido el papel de Napoleón Arango en aquellos trajines. Incluso era peligrosa la influencia que ejercía.

Existió el real peligro de que una gran parte de Camagüey depusiera las armas como consecuencia de aquellas influencias negativas.

Pero fue precisamente en ese instante cuando se yergue la figura de Ignacio Agramonte, el 26 de noviembre de 1868 en la reunión de Minas, y tiene una participación, una actitud, un gesto decisivo. Exclama: "¡Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan: Cuba no tiene más camino que conquistar su redención arrancándosela a España por la fuerza de las armas!" (APLAUSOS)

Logra hacer prevalecer sus criterios y arrastrar a sus compañeros a la lucha, y se consolida el levantamiento armado en Camagüey. Ese fue el primer servicio extraordinario prestado por Ignacio Agramonte a la lucha por la independencia.

Habría sido terrible para el resto de los revolucionarios, posiblemente no se habría producido el alzamiento en Las Villas, y con toda seguridad España concentrando sus fuerzas habría podido aplastar en un tiempo relativamente corto a los patriotas orientales, si no se hubiese consolidado el levantamiento armado en Camagüey. Y esa fue incuestionablemente obra y mérito de Ignacio Agramonte.

Vinieron después, en medio de aquella situación tan compleja, otros problemas, otras dificultades alrededor de la forma en que se llevaría adelante la lucha, alrededor de la forma en que se produciría la unión entre orientales, camagüeyanos y villareños, en relación con los puntos discrepantes de las concepciones de unos y de otros.

Céspedes, incuestionablemente revolucionario, indiscutible patriota, al levantarse en armas el 10 de octubre había tenido, entre otros, el gesto magnífico de dar libertad a sus esclavos. Pero a la vez —de acuerdo con sus ideas— lo urgente en aquellos instantes era hacer la guerra. Asumió el título de Capitán General. Expresó en el Manifiesto del 10 de Octubre sus aspiraciones revolucionarias. Pero en esencia planteaba la idea de que la Constitución a adoptarse y las medidas sociales fundamentales debían serlo una vez finalizada la guerra, una vez conquistada la independencia.

Los camagüeyanos, dirigidos por Agramonte, tenían otras concepciones. Eran partidarios de organizar la República desde los inicios mismos del comienzo de la lucha. Eran partidarios de crear instituciones republicanas. Eran partidarios —paralelamente con la guerra— de cambiar las instituciones coloniales, la legislación colonial, y adoptar nuevas leyes y nuevas formas de vida. Estaban, además, en oposición a las atribuciones que había asumido Carlos Manuel de Céspedes al iniciar la lucha.

Estos fueron los hechos reales, los hechos históricos.

Desgraciadamente estas diferencias —naturales e inevitables en toda lucha— sirvieron después de marco para que, terminadas las contiendas por la independencia, se adoptaran criterios y tendencias en el enfoque de los acontecimientos históricos, para que posteriormente muchos cubanos se mostrasen partidarios de unos o de otros: en fin, de que unos cubanos se tildasen apasionadamente de cespedistas y otros de agramontistas.

Nosotros entendemos que esto es verdaderamente lamentable: aleja de su verdadera dimensión a los hombres, y aleja los acontecimientos históricos de las circunstancias en que tuvieron lugar.

Puede resultar fácil ahora hacer juicios, hacer análisis, una vez que los acontecimientos históricos han tenido lugar; y decir: "Este tenía razón; este no tenía razón". Los hechos históricos hay que juzgarlos con mucho cuidado, y hay que analizarlos muy seriamente y sobre bases sólidas. Pero partiendo de esos hechos es incuestionable que surgieron discrepancias que indiscutiblemente influyeron en el curso ulterior de los acontecimientos.

Los camagüeyanos y los orientales hicieron esfuerzos por unir. Los camagüeyanos y los orientales hicieron concesiones, aunque históricamente es cierto que los orientales hicieron más concesiones que los camagüeyanos.

En Guáimaro, población liberada, se reunieron los representantes de Camagüey, de Oriente, de las Villas y de La Habana para organizar la República, para hacer una constitución, para establecer determinadas formas de gobierno, para conciliar los criterios opuestos. Y allí nació la histórica Constitución de Guáimaro, la elección del Presidente de la República, de un General en Jefe, y el establecimiento de una Cámara de Representantes.

Vuelvo a repetir que hay que ser sumamente cuidadosos en enjuiciar los acontecimientos y los hechos históricos. Pero es la realidad que, pese a la pureza de principios, el patriotismo y la honradez de los cubanos, aquellas instituciones no marcharon, y en aquellas circunstancias no pudieron marchar tal como ellos las habían concebido, tal como ellos las habían idealizado.

Era muy difícil que en aquellas condiciones de guerra las instituciones republicanas pudieran funcionar adecuadamente. Surgieron discrepancias entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, aunque en la realidad, y de acuerdo con la Constitución, el poder supremo lo tenía la Cámara de Representantes, que podía nombrar y destituir al Presidente de la República, nombrar y destituir al General en Jefe, y tenía plenas atribuciones para intervenir en la marcha de la guerra.

Céspedes era partidario de un mando más centralizado, de la concentración de los mayores poderes posibles para dirigir la guerra. Prevaleció un criterio opuesto, e indiscutiblemente, estos hechos y lo complejo de las circunstancias trajeron numerosas dificultades.

Una adecuada síntesis de los mejores puntos de vista de cada una de las partes habría sido lo ideal.

Pero repetimos que la historia no se hace a capricho, no se hace a la medida de los deseos de los hombres, sino de circunstancias que escapan muchas veces a la voluntad de los hombres.

De todas formas, es admirable aquel empeño, aquel esfuerzo de constituir una República en plena manigua, aquel esfuerzo por dotar a la República en plena guerra de sus instituciones y de sus leyes. Cualesquiera que hayan sido los inconvenientes, las dificultades y los resultados, el esfuerzo fue admirable.

Hay otras cuestiones importantes que se debatían. El Comité Revolucionario de Camagüey, y después la Asamblea de Representantes del Centro que lo sustituyó, eran partidarios de abolir inmediatamente la esclavitud. Y, efectivamente, el 26 de febrero —antes de producirse la reunión de Guáimaro—, la Asamblea de Representantes del Centro decreta la abolición de la esclavitud.

Los camagüeyanos —y entre ellos, por supuesto, Agramonte— no eran partidarios de esperar el fin de la guerra para abolir legalmente la esclavitud. Eran partidarios de abolirla de inmediato.

Es cierto que Céspedes tenía en cuenta la situación del occidente del país, es evidente que trataba de evitar al principio de la contienda la inhibición del sector cubano de occidente. Por eso no quería decidir por su propia cuenta aquella importante cuestión de inmediato. El, por su parte, sí les dio inmediatamente la libertad a los esclavos que tenía bajo su jurisdicción y declaró en su manifiesto del 10 de Octubre que todos los hombres debían ser libres e iguales.

Pero los representantes del centro, integrados en parte por jóvenes de ideas más avanzadas, de ideas más progresistas, de ideas más radicales, fueron partidarios de la abolición legal inmediata de la esclavitud, y la abolieron por decreto.

Había, sin embargo, un punto donde todavía subsistía la confusión: era la cuestión relacionada con el anexionismo. La corriente anexionista era fuerte en la ciudad de Camagüey. Ello tenía sus raíces en diversos factores históricos, pero entre estos uno de no poca importancia era la gran influencia que había ejercido entre los cubanos de Camagüey "El Lugareño", Gaspar Cisneros Betancourt, que había fundado en Nueva York un periódico y había sido partidario ardiente de la separación de España y de la unión a Estados Unidos.

En aquella época, separatismo e independentismo no estaban absolutamente diferenciados para todos los cubanos. Veían al español, sentían al español, vivían bajo su opresión, bajo sus abusos, bajo sus injusticias, y lo odiaban profundamente. Ansiaban, en primer lugar, separarse de España; pero todavía subsistía confusión sobre el destino definitivo de Cuba.

Muchos camagüeyanos veían al Lugareño como un gran patriota. Y se dice que al producirse su muerte, a fines de 1866, cuando lo entierran en la ciudad de Camagüey, prácticamente todos los cubanos de la ciudad acompañaron sus restos hasta el cementerio, en una grandiosa manifestación de duelo.

Es natural que todavía subsistieran sus influencias en 1868, y que para una parte de los cubanos, pero sobre todo para una parte considerable de los cubanos camagüeyanos, la idea de separatismo e independentismo no tuviera totalmente esclarecida, y que muchos de ellos considerasen como cosa lógica y natural la anexión.

Por eso, es un hecho histórico, que no debemos rehuirlo, sino sencillamente explicarlo, que en el espíritu de los miembros de la Asamblea de Representantes del Centro había ciertas tendencias anexionistas. Y efectivamente, el 6 de abril, cuatro días antes de la Asamblea de Guáimaro, suscribieron por su cuenta dos documentos, dirigido uno de ellos a un senador norteamericano, Banks, y otro al general Grant, presidente de Estados Unidos, donde se insinuaba la idea del anexionismo.

En la Asamblea de Guáimaro no se aborda este punto, pero se había presentado una solicitud, firmada por numerosas personas, en favor del anexionismo. Y por fin, una vez integrada la Cámara de Representantes, el 30 de abril, se suscribe un acuerdo en el que se planteaba la anexión a Estados Unidos.

Sin duda que aquello constituyó una mancha histórica de aquella Cámara de Representantes, que se explica por las razones indicadas anteriormente, por la confusión de ideas, por el prestigio enorme que alcanzaba en aquellos instantes la figura de Lincoln, el prestigio del propio Grant, que había sido general destacado en la contienda contra el Sur, por la influencia que todavía subsistía de las ideas del Lugareño, y por la influencia de algunos miembros de aquella Cámara, procedentes de La Habana, como Antonio Zambrana, que fue el que con más ardor y con más firmeza defendió aquel acuerdo anexionista.

Pero ya por aquellos días Ignacio Agramonte no estaba en la Cámara; se ocupaba de sus deberes militares al frente de las fuerzas camagüeyanas.

Podemos decir con absoluta tranquilidad y con absoluta seguridad, y pese a la influencia que ejercieron otros miembros de la Asamblea del Centro que determinaron la adopción de ciertos acuerdos: ¡Ignacio Agramonte no fue nunca anexionista! (APLAUSOS)

No existe ningún antecedente histórico en su vida, no existe ningún antecedente en sus ideas y en sus criterios políticos, que permitan la menor sospecha de anexionismo en Ignacio Agramonte. Y quien dijo esas inmortales palabras: "Que nuestro grito sea para siempre independencia o muerte", no podía ser anexionista (APLAUSOS).

Pero, además, aun a los que entonces cometieron algún error, no podemos juzgarlos con las ideas de ahora; no podemos, con nuestro pensamiento de hoy, ser jueces de las actitudes de aquellos hombres. Baste citar un ejemplo: el caso de Jerónimo Gutiérrez, representante por Las Villas, que el 4 de julio de 1869 pronunció un discurso de matiz francamente anexionista. Y años después ese mismo representante, que había sido dirigente del alzamiento en Las Villas, murió heroicamente combatiendo por la independencia de Cuba.

Es que aquellos residuos anexionistas que quedaban desaparecieron rápidamente en el curso de la guerra. Las ilusiones desaparecieron, y ayudaron a hacerlas desaparecer los propios Estados Unidos y su política.

Apenas iniciada la contienda, la marina española contrató, con industriales norteamericanos, la construcción de 30 cañoneras rápidas para ejercer la vigilancia alrededor de las costas de Cuba, y el bloqueo.

Naturalmente, los cubanos de la emigración, dirigidos por Morales Lemus, luchaban porque Estados Unidos no entregara esas cañoneras a España. Incluso en aquella ocasión el Gobierno de Pera ayudó a nuestros compatriotas en la gestión diplomática, pues no había finalizado todavía la guerra del Pacífico que sostenían Chile y Perú con España.

Las acciones militares habían cesado, pero la paz no se había firmado. Y basándose en esos hechos, los peruanos reclamaban de Estados Unidos —con el que sostenían relaciones diplomáticas— que no se entregasen esas cañoneras a España.

Sin embargo, a fines del año 1869, en un mensaje al Congreso, el Presidente de Estados Unidos definió la política con relación a Cuba. Los cubanos, naturalmente, aspiraban al reconocimiento de la beligerancia. Los Estados Unidos se oponían al reconocimiento de la beligerancia y acordaron entregar a España las 30 cañoneras que, naturalmente, vigilando las costas, irían a dificultar la satisfacción de una de las mayores necesidades que tenían los cubanos: la necesidad de armas.

Posteriormente, en el año 1870, el Presidente de Estados Unidos hace un pronunciamiento abiertamente adverso a los cubanos en armas, hostil y absolutamente peyorativo e injusto. Todos aquellos hechos fueron abriendo cada vez más los ojos a los pocos cubanos en armas que tenían algunas ilusiones con relación a Estados Unidos.

Por aquella época, curiosamente, los Estados Unidos no dirigían sus ansias anexionistas hacia la América Latina. Por aquellos años tenían sus ojos puestos en el Canadá, ambicionaban apoderarse de Canadá. Tenían un grave conflicto diplomático con Inglaterra: habían presentado una enorme reclamación por los daños que un crucero llamado El Alabama, suministrado por los ingleses a los sudistas, había ocasionado a los estados norteños durante el curso de la guerra. Habían presentado contra Inglaterra una enorme reclamación de miles de millones de dólares, y aspiraban a que Inglaterra satisficiera esa demanda, entregándoles el Canadá.

Es precisamente por aquellas circunstancias, aquellas pretensiones que tenían con relación al Canadá y a los conflictos que mantenían por ese motivo con Inglaterra, que los Estados Unidos adoptaron aquella política con relación a Cuba evitando en aquel instante enemistarse con España. De no haber mediado aquellas circunstancias, no hay duda de ninguna clase de que Estados Unidos habría aprovechado aquella guerra de 1868 para tratar de apoderarse de Cuba como lo habían hecho anteriormente con Louisiana y Florida y lo quisieron hacer después con nuestra propia patria al finalizar la guerra de 1895. Pero otras eran sus pretensiones en aquel momento.

Y si analizamos los hechos históricos tal y como ocurrieron, hoy día podemos decir que fue preferible para nosotros aquella situación; sus dificultades con Inglaterra, que entregaran las cañoneras a los españoles, que no reconocieran la beligerancia de Cuba, y que no nos hubieran ayudado. Porque la ayuda de Estados Unidos habría sido una ayuda interesada, y con el único y exclusivo propósito de apoderarse de Cuba cuando aun podían hacerlo.

Aquellas realidades despejaron todas las ilusiones que quedaban, dieron tiempo a que se forjara un espíritu, una conciencia, un alma cubana. Dieron oportunidad a que el ideal de la independencia se adentrara en el corazón de aquellos combatientes, de aquellos patriotas de una manera definitiva. Y aunque la lucha fue muy dura y el camino muy largo, los resultados son mil veces preferibles al destino que habría tenido esta tierra y este pueblo.

Fueron estas las circunstancias. Y fue en esta durísima guerra en la que se formó la conciencia patriótica de nuestro pueblo, en que descollaron aquellos gigantes.

Fue en medio de esas vicisitudes que se desarrolló la extraordinaria personalidad de Ignacio Agramonte.

Como dijimos, había sido nombrado jefe de las fuerzas camagüeyanas a mediados de 1869. Comenzó inmediatamente a organizar aquellas fuerzas, libró exitosamente varios combates. Pero, meses después pasó por uno de los periodos más duros y más difíciles de su vida revolucionaria.

En primer término, encontrándose en los campos de la lucha, recibe la noticia de la muerte de su padre, y del estado de abandono en que quedaban sus familiares en Estados Unidos, es decir, su madre y sus hermanos. Poco después surgen conflictos con el Ejecutivo y, como consecuencia de ello, presenta su renuncia al mando de las fuerzas camagüeyanas. Semanas más tarde sufre el infortunio de que las tropas españolas capturaran a su esposa y a su hijo. Son conocidos, son proverbiales, los sentimientos de cariño, de ternura y de amor que Agramonte sentía por su compañera, y tuvo que soportar aquel rudo golpe de verla en poder de las fuerzas españolas.

Pero, unido a eso, la región de Camagüey atravesaba por un momento crítico de la guerra: se estaban debilitando las fuerzas, se arreciaba la ofensiva española y la represión, se patentizaba la traición de Napoleón Arango, y hasta algunos amigos allegados de Ignacio Agramonte se presentaron a los españoles. Fueron días duros y terribles de adversidad.

Pero, a la vez, Céspedes y Agramonte paulatinamente se iban acercando, y hay diversos hechos que lo demuestran. Se le propone a Céspedes que de nuevo designe a Agramonte jefe de las fuerzas camagüeyanas, y se le propone a Agramonte que acepte el mando. Y ambos se ponen de acuerdo, y el 13 de enero de 1871 asume de nuevo Agramonte el mando de las fuerzas camagüeyanas, que estaban en estado deplorable. Pone como condición que le den amplias atribuciones e independencia para actuar, y Céspedes le da esas amplias atribuciones y esa independencia. De manera que Agramonte reclama para sí, a los efectos de dirigir la guerra al frente de los camagüeyanos, atribuciones similares a las que planteaba Céspedes para dirigir la guerra en la nación entera. Y ambos se pusieron de acuerdo en aquel punto, y Agramonte recibió las atribuciones que demandó. Se dio de inmediato a la tarea de organizar a las fuerzas camagüeyanas.

Se ha escrito y se ha hablado de sus extraordinarias condiciones de educador y de organizador. A lo largo de su mando, organizó talleres de todo tipo para abastecer a las fuerzas camagüeyanas, organizó, disciplinó y entrenó a la caballería y a la infantería de Camagüey y de Las Villas, dotó a esas fuerzas de un magnífico espíritu de combate y las capacitó para la lucha. El propio Agramonte no tenía profesión militar; pero desde que comenzó la guerra se dedicó a los estudios militares, y a enseñar a los oficiales y a los combatientes. Es conocido que dondequiera que había un campamento de Ignacio Agramonte, había un centro de instrucción militar, había una escuela.

Les inculcó a los patriotas camagüeyanos su espíritu, su ejemplo, sus extraordinarias virtudes. Y tan pronto tomó el mando, les hizo ver a las tropas españolas que Camagüey tenía capacidad de combate, que Camagüey no estaba desmoralizado, y que Camagüey se preparaba a desarrollar su espíritu de resistencia, que Camagüey se preparaba a llevar adelante la guerra.

Una de sus primeras acciones fue precisamente el ataque a la torre de Colón o El Pinto, muy próximo a la ciudad de Camagüey, con el objetivo fundamental de dar señales de vida ante las fuerzas españolas, y levantar la moral.

Después se produjeron otros muchos combates. Pero tiene lugar, sobre todo, aquel hecho que ha pasado a la historia como una de las más extraordinarias acciones de armas; un hecho que levantó el ánimo en el campo cubano en momentos difíciles, que electrizó prácticamente a todo el mundo. Y fue el rescate del general Julio Sanguily el 8 de octubre de 1871.

Este hecho es sobradamente conocido por todos los cubanos. Hazaña insuperable aquella en que con 35 hombres, frente a una columna compuesta de fuerzas tres veces superiores, Ignacio Agramonte, tan pronto tiene la noticia de la captura de Sanguily reúne los pocos hombres que están próximos, inicia la persecución del enemigo, instantáneamente lo ataca, y rescata de manos españolas —es decir, de una muerte segura— al general Julio Sanguily.

Esta fue sin duda una de las más grandes proezas que se escribieron en nuestras luchas por la independencia, y ha pasado a ser un hecho de armas proverbial, que en aquel entonces despertó incluso la admiración de las fuerzas españolas.

Fueron muchos los combates de Ignacio Agramonte al frente de sus tropas, y fueron sobre todo muchas las cargas de caballería. Se recuerda también aquella acción, de la cual habló Martí, frente al capitán Setién, aquel jefe español temible, al que llamaban "El Tigre", y que sembró el terror y la represión en Camagüey, hasta que se encontró con la caballería camagüeyana al mando de Ignacio Agramonte, que en una carga al machete en la que incluso combatió personalmente contra "El Tigre", destruyó aquella guerrilla y la liquidó totalmente, incluyendo sus jefes.

A lo largo del año 1873 se libraron numerosos combates por las fuerzas camagüeyanas, que ganaban cada vez más en experiencia, en acometividad, en organización, en disciplina y en eficacia, hasta el mes de mayo de 1873, en que se produce otro hecho notable de armas: otra tropa española liquidada por la caballería de Agramonte: las fuerzas del coronel Abril, que murió en unión de otros jefes españoles ante una carga de la caballería camagüeyana.

Fue precisamente esta acción de guerra lo que motiva el deseo de venganza de las tropas españolas, y que motiva el envío de una columna de 700 hombres a Jimaguayú, para tratar de vengar la derrota. La realidad histórica demuestra que en aquel instante los españoles estaban muy lejos de contar con las posibilidades reales de obtener el desquite.

En el campamento de Ignacio Agramonte se encontraban 500 soldados revolucionarios; llenos de entusiasmo, llenos de moral por los grandes éxitos obtenidos. Aquel terreno lo conocían como la palma de su mano. En aquel campamento, bien defendido, tenían una escuela de instrucción militar y se decidieron a darles combate a los españoles si realmente atacaban a fondo.

De esta forma se preparó el combate de aquel día. En un área de potreros, rodeada de montes, de forma rectangular —una verdadera trampa mortal para las tropas españolas si penetraban allí, frente a los aguerridos soldados de Agramonte, y sobre todo frente a su temible caballería—, Agramonte dio las instrucciones pertinentes. Se reunió con la caballería. Después pasa a recorrer las filas de la infantería de Camagüey y de Las Villas, desconfiado todavía de que los españoles se comprometiesen seriamente en aquella acción de guerra. Y en un momento determinado, cruzando de un lado a otro del potrero para darle instrucciones a la caballería, se encuentra de repente con una compañía española, que sin ser descubierta todavía había penetrado por el potrero de Jimaguayú, protegiéndose en las altísimas hierbas de guinea.

Y en esas circunstancias, de una forma inesperada, Agramonte —acompañado solo de cuatro hombres de su escolta— se ve de repente en medio de aquella compañía española, que luego recibió además el refuerzo de otra compañía, y muere en aquella acción por una bala que le atraviesa la sien derecha.

Ese fue el combate en que pierde la vida aquel extraordinario patriota, aquel extraordinario jefe y revolucionario que fue Ignacio Agramonte.

Es conocido cómo los cubanos no tuvieron siquiera el consuelo de preservar su cadáver. Porque cuando los pocos sobrevivientes de su escolta dieron el aviso, ya la caballería cubana, cumpliendo órdenes anteriores de Agramonte, se estaba dirigiendo hacia otro punto. Y lo curioso es que los cubanos registran el campo durante horas, encuentran el cadáver de uno de los ayudantes de Agramonte, no encuentran el cadáver de Agramonte, y suponen que los españoles se lo han llevado.

Y la columna española que se había retirado, horas más tarde es cuando descubre que ha muerto allí Agramonte, por los documentos que ha ocupado uno de sus soldados, y envía entonces una patrulla a recoger el cadáver de Agramonte.

Es así como los españoles se quedaron con sus restos mortales, que los condujeron a la ciudad de Camagüey, precisamente a este mismo sitio, el 12 de mayo, para llevarlos después al cementerio donde incineraron sus restos y los esparcieron. No les quedó a sus compañeros de armas, ni a sus familiares, ni a sus compatriotas, ni a su pueblo, el consuelo de conservar los restos de El Mayor.

Las autoridades españolas alegaron en aquella época que lo habían hecho para evitar profanaciones de aquel cadáver; pero hay razones más que sobradas para sospechar que quisieron hacer desaparecer toda huella del cadáver de Ignacio Agramonte, porque aun después de muerto le temían, y no querían dejar a sus compatriotas la bandera de su cadáver.

Esos son los acontecimientos dolorosos que tuvieron lugar un día como hoy, hace 100 años.

Las consecuencias de la muerte de Ignacio Agramonte fueron, naturalmente, incalculables. Constituyeron un rudo golpe para los revolucionarios camagüeyanos y para todos los combatientes cubanos.

Naturalmente que aquel éxito, resultado del azar y de la fortuna, envalentonó a los españoles. Es cierto que de inmediato aquellos efectos no se hicieron sentir. Primero, porque aquella era una tropa realmente organizada y formada; y por la magnífica selección que hizo el gobierno del sustituto de Ignacio Agramonte, enviando a dirigir a esas fuerzas al general Máximo Gómez, que fue uno de los más grandes y más capacitados jefes de nuestra lucha por la independencia.

Nadie como Máximo Gómez pudo comprender la obra revolucionaria de Ignacio Agramonte: en la extraordinaria calidad de aquellas tropas, en los extraordinarios jefes que había formado Ignacio Agramonte, entre ellos el villareño José González Guerra, que escribió extraordinarias páginas de heroísmo; Enrique Reeve, ("El Inglesito"), Manuel Suárez, Gregorio Benítez y otros muchos; aquella formidable y temible caballería, aquella aguerrida y experta infantería.

Máximo Gómez toma el mando de esas fuerzas y de inmediato reanuda los combates en la región de Camagüey. Pero la revolución había perdido uno de sus hombres más prometedores y más brillantes, en uno de los instantes que más lo necesitaba.

Virtualmente se había producido la reconciliación entre Céspedes y Agramonte. Una prueba más: lo demuestra el hecho de que Céspedes que había nombrado de nuevo a Agramonte jefe de Camagüey, más adelante, lo hizo también jefe de Las Villas. Y Agramonte se preparaba para llevar a cabo la invasión de Las Villas. Este hecho lo realiza después Máximo Gómez en condiciones muy difíciles: a principios del año 1875, con 700 hombres de infantería que solo tenían 13 balas por fusil, 300 jinetes de Camagüey y 150 jinetes villareños, invade la región de Las Villas, cruza la trocha y lleva a cabo una extraordinaria ofensiva que condujo sus fuerzas hasta la región de Cienfuegos, frente a numerosísimas tropas españolas.

En parte, aquel trabajo que había hecho Agramonte en Camagüey hizo posible aquella extraordinaria campaña de Máximo Gómez en Las Villas.

Pero la muerte de Ignacio Agramonte tuvo otros efectos, en realidad muy dolorosos. Ese mismo año de 1873, el 27 de octubre, fue destituido Carlos Manuel de Céspedes de la Presidencia de la República. Los hechos históricos han demostrado que a partir de aquel acontecimiento se produjeron acontecimientos políticos desastrosos para las fuerzas cubanas. Se había sentado el precedente. Independientemente de los errores que pueda haber cometido Carlos Manuel de Céspedes, no hay duda que aquel paso implicó un momento crucial de la Revolución Cubana.

Podemos preguntar: ¿habría estado de acuerdo Ignacio Agramonte con la destitución de Carlos Manuel de Céspedes? ¿Habría aceptado Ignacio Agramonte aquel precedente? Hay evidencias históricas de que al morir Ignacio Agramonte, sus sentimientos y su actitud hacia Carlos Manuel de Céspedes habían cambiado extraordinariamente. Y hay cartas de Carlos Manuel de Céspedes donde expresa con entusiasmo y con agradecimiento las muestras de afecto que en aquellos tiempos había recibido de Ignacio Agramonte.

Con posterioridad a la muerte de Ignacio Agramonte se produce otro acontecimiento verdaderamente infortunado: la captura, herido casi de muerte por sus propias manos —ya que prefería la muerte a caer prisionero de los españoles—, de Calixto García Iñiguez, en San Antonio de Baja, jurisdicción de Manzanillo.

Estos acontecimientos determinaron otros. Primeramente, y antes de caer prisionero Calixto García, ya se habían producido en las fuerzas cubanas los primeros intentos sediciosos que tuvieron lugar en la jurisdicción de Tunas. Un coronel de las fuerzas de Vicente García, Sacramento León, se había insubordinado virtualmente contra la jefatura de Calixto García —que había recibido el mando de las fuerzas de Oriente. Ese fue el primer intento sedicioso, frente al cual la Cámara —una vez más— se comportó débilmente, porque en vez de proceder, en vez de aplicar la ley cuando era tiempo, aquella Cámara —que había sido tan severa y tan enérgica con Carlos Manuel de Céspedes— se muestra tolerante con la sedición y decreta una amnistía.

Muerto Ignacio Agramonte, prisionero después Calixto García, tolerada la sedición y amnistiada, ¿qué tenía de extraño los sucesos que ocurrieron después, cuando Vicente García siembra la semilla de la discordia y de la sedición en el campo cubano, promueve los hechos de Lagunas de Varona y determina la sustitución de Salvador Cisneros Betancourt de la Presidencia de la República? ¿Habrían ocurrido estos hechos si no hubiese muerto Ignacio Agramonte el 11 de mayo en Jimaguayú? La acción de Máximo Gómez se ve paralizada en Las Villas, como consecuencia de la paralización de los refuerzos orientales que, en marcha hacia aquella provincia, son detenidos y desorientados en Lagunas de Varona. Eso contribuyó al resultado de las operaciones militares en la provincia de Las Villas.

Máximo Gómez con su natural inhibición —porque, pese a sus extraordinarios méritos, él siempre actuaba con la timidez de que no había nacido en territorio cubano—, desaparecidas las figuras estelares de Ignacio Agramonte y de Calixto García, sin haber adquirido todavía el renombre que después tuvieron Maceo y otros jefes, podemos decir que Vicente García, que tenía grandes méritos como soldado, pero que como patriota y como revolucionario cometió sin duda grandes errores, quedó prácticamente dueño del campo. Y lo peor es que después, en los días más críticos, cuando las fuerzas cubanas estaban más agotadas, cuando Martínez Campos lanzaba su ofensiva de Occidente hacia Oriente en 1877, de nuevo, en Santa Rita, Vicente García promueve su tercera sedición, llevando la más completa desmoralización a las filas insurrectas, que en estado de agotamiento y cansancio enfrentadas a muy difícil prueba, fueron víctimas de aquellas discordias, de aquellas convulsiones.

¿Habrían ocurrido esos hechos si Ignacio Agramonte no hubiese muerto el 11 de mayo de 1873 en Jimaguayú? Los que lo conocieron y todos los que hemos llegado a recibir impresiones, informes e ideas acerca de su carácter, de sus virtudes, de su entereza, de su conducta, estamos completamente seguros de que Ignacio Agramonte habría sido un insuperable valladar a aquellas desorientaciones y aquellos errores.

Pero hay algo más: se produce la destitución de Carlos Manuel de Céspedes, es humillado, y se le niega incluso la salida del país, y es abandonado en la zona de San Lorenzo de la Sierra Maestra, en las proximidades de Santiago de Cuba, mientras era ferozmente perseguido por los españoles, sin escolta, cometiéndose en realidad —duro es decirlo— un crimen político por parte de aquellos mismos representantes que habían sido débiles frente a los sediciosos, y se produce la muerte de Céspedes en manos españolas, a pesar de que era un hecho previsto, del cual tomó conciencia Cisneros Betancourt, del cual informó a la Cámara sin que esta tomara ninguna medida, produciéndose aquellos dolorosos y lamentables acontecimientos. ¿Habría acaso actuado así Ignacio Agramonte, tan caballeroso, tan digno, tan virtuoso? ¿Habría permitido aquel proceder indigno contra Carlos Manuel de Céspedes? ¡No, estamos seguros de que no! Y es por eso que decíamos que la muerte de Ignacio Agramonte constituyó una terrible pérdida para la Revolución Cubana.

Y en medio de aquellas circunstancias dificilísimas de que hablábamos, en medio de aquella desmoralización general que condujo al Pacto del Zanjón, salvó la gloria, salvó la idea, salvó la bandera, aquel otro coloso oriental, Antonio Maceo (APLAUSOS), con su gesto verdaderamente inmortal.

Supo mantener la disciplina en sus tropas; supo dar ejemplo insuperable de orden, de sentido del deber, de humildad, de acatamiento a la ley y a las instituciones de la República; supo rechazar con desprecio cualquier sugerencia a la sedición. Y cuando, como un mar, de Occidente a Oriente avanzaban las fuerzas españolas, inundándolo todo; cuando ya el Pacto del Zanjón se había firmado el 10 de febrero de 1878, Maceo se negó a acatar aquel acuerdo y continuó luchando. Apenas repuesto de gravísimas heridas, lleva a cabo brillantes y victoriosos combates contra las fuerzas españolas, y el mismo día que se suscribe el Pacto del Zanjón aniquilaba virtualmente el Batallón San Quintín, una de las mejores unidades del ejército español en las proximidades de Santiago de Cuba.

Se reúne con Martínez Campos, en Baraguá, el 14 de marzo; suscribe la inmortal Protesta, y mantiene la guerra, frente a todas las fuerzas españolas juntas, hasta el mes de mayo.

Esos son hechos verdaderamente impresionantes de la historia; hechos de tal grandeza, de tal heroísmo, de tal mérito moral, político, ideológico y material, que nos hacen sentirnos orgullosos de ellos a todos los cubanos.

De esta forma terminó aquella contienda. Es cierto que no culminó en la independencia de Cuba, pero la sangre derramada, los sacrificios que se hicieron, no fueron de ninguna manera en vano: forjaron los cimientos de la patria, crearon un alma, crearon una nación, forjaron y templaron a un pueblo. Y de tal manera revolucionaron a nuestro país, que nunca más las cosas pudieron volver a ser como antes. De modo tal que dos años después, incluso, ya España se vio en la obligación de abolir oficialmente la esclavitud.

Una de las consecuencias de aquella guerra fue la desaparición definitiva del odioso sistema de la esclavitud.

Y en aquella guerra tremenda la composición del pueblo cubano cambió totalmente. Al final de aquella guerra, después de 10 años de lucha, ya no había un sector de la población cubana poseedor de las riquezas. A lo largo de aquella guerra muchas familias fueron eliminadas, asesinadas. y la inmensa mayoría de ellas perdió sus fortunas, en algunos casos porque se levantaron en armas contra España, y en otros casos porque fueron confiscadas con cualquier pretexto. Una gran cantidad de aquellas riquezas pasaron a manos españolas.

Y por eso ya los que hicieron la nueva guerra, los que hicieron la guerra de 1895, constituían otro sector de la población cubana. Ya no era el sector acaudalado de nuestro pueblo, puesto que ya no había siquiera sector acaudalado. Ya fueron los cuadros, fueron los oficiales, fueron los combatientes de la Guerra de los 10 años; fueron los jóvenes que surgieron en los años siguientes, los que habían nacido y habían crecido en aquellos años de guerra. Ya fueron los jefes, aquellos que se habían destacado en la contienda anterior. Y ya no surgieron aquellos problemas de los primeros años de la guerra de 1868, porque ya la experiencia se había acumulado. Y los cubanos tuvieron la fortuna de contar con aquel genio extraordinario, aquel patriota que es imposible de medir, cuyos sentimientos y cuyo talento se salen tanto de lo común: José Martí (APLAUSOS).

Martí recogió todas aquellas experiencias, las sintetizó, y señaló el camino y señaló los métodos mediante los cuales debía llevarse adelante la guerra definitiva. Y con su profunda y extraordinaria visión de largo alcance, supo prever los problemas que podían presentarse y supo prever los peligros que amenazaban a nuestra patria.

¡Y qué gran diferencia! Ya en 1895 no había el menor resto de confusión. Ya no se hablaba, por nadie en absoluto, de anexionismo. Ya nadie tenía la menor esperanza en Estados Unidos. Y cuando Martí reveló lo más íntimo de su pensamiento, dijo que todo cuanto había hecho hasta ese día y hacía, era para evitar que Estados Unidos se apoderara de Cuba, y que con esa fuerza más cayera sobre los pueblos hermanos de América Latina.

y ya teníamos el pensamiento claro y extraordinario de Maceo, sintetizado en aquellas dos frases: en una ocasión, cuando alguien le había sugerido la idea de la anexión, él respondió que, aunque lo creía muy improbable, esa sería la única vez que estaría al lado de los españoles; o cuando dijo que era preferible vencer o caer sin ayuda, que contraer deudas de gratitud con un vecino poderoso.

¡Cómo se había ido formando el pensamiento revolucionario de nuestro pueblo, demostrando que las ideas revolucionarias no vinieron al mundo perfectas y puras, que las ideas revolucionarias las adquiere un pueblo a lo largo de su camino y a lo largo de su experiencia! Y por eso es tan interesante ver cómo se formaron las ideas revolucionarias de nuestro pueblo, cómo se fueron enriqueciendo de lo mejor del pensamiento universal en todos los tiempos para llegar a constituir lo que son hoy.

Y una de las cosas que hizo Martí en 1895, partiendo de la experiencia de 1868, partiendo de la realidad, fue organizar un partido. Y ya antes de 1895 organizó el Partido Revolucionario Cubano para hacer la guerra y para dirigir a la revolución (APLAUSOS). Y Martí fue elegido delegado de ese Partido, con las atribuciones pertinentes.

Martí hizo un partido —no dos partidos, ni tres partidos, ni diez partidos—, en lo cual podemos ver el precedente más honroso y más legítimo del glorioso Partido que hoy dirige nuestra Revolución: el Partido Comunista de Cuba (APLAUSOS), que es la unión de todos los revolucionarios, que es la unión de todos los patriotas para dirigir la Revolución y para hacer la Revolución, para cohesionar estrechamente al pueblo. Porque fue la desunión lo que mató la idea de la independencia en la guerra de 1868 a 1878, y fue precisamente la unión lo que le dio la victoria a nuestro pueblo; la unión, la que hizo posible la guerra de 1895; y la unión, la que hizo posible la consolidación de la Revolución en 1959 (APLAUSOS).

¿Qué habría sido de nuestra patria frente al enemigo imperialista? ¿Qué habría sido de nuestra patria en esta durísima lucha, si no nos hubiésemos unido estrechamente? El enemigo quería dividirnos.

El enemigo quería sembrar la discordia. Pero no pudo lograrlo. Y por eso, uno de los factores que dio a nuestro proceso revolucionario más extraordinaria fuerza, fue la unión. Y, por eso, como en 1895, estamos hoy unidos en un partido revolucionario, porque sabemos que la lucha no ha concluido ni mucho menos, y que tenemos una larga tarea por delante.

Pero hoy nos sentimos seguros, nos sentimos fuertes, nos sentimos invencibles. Sabemos que aquellos males históricos no volverán a nuestra patria. Sabemos que no habrá divisiones, sabemos que no habrá Zanjones, y que la bandera de Céspedes, de Agramonte, de Máximo Gómez, la bandera de Martí y de Maceo, la bandera de Baraguá, ¡esa bandera ondea firmemente en las manos de nuestro pueblo! (APLAUSOS)

Ellos iniciaron aquella lucha hace más de 100 años. Nosotros la continuamos.

Ellos empezaron a unir al pueblo en el fragor de la lucha. Ellos dieron el primer grito de Independencia o Muerte. Ellos decretaron la abolición de la esclavitud, hicieron desaparecer aquella forma odiosa de la explotación del hombre por el hombre, mediante la cual unos hombres eran propiedad de otros.

¡Y nosotros hemos erradicado toda forma de explotación del hombre por el hombre! (APLAUSOS) Hemos completado aquel paso de Céspedes, cuando libertó a los esclavos; y aquel acuerdo de los camagüeyanos, cuando el 26 de febrero de 1869 decretaron la abolición de la esclavitud. Hemos recogido lo mejor de nuestra historia, lo mejor del pensamiento revolucionario de nuestro pueblo, y lo mejor del pensamiento revolucionario universal.

Otras ideas prevalecían en aquel entonces. Eran las ideas que se concretaron con la Revolución Francesa de 1789. Son hoy otras ideas, y mucho más avanzadas, las que inspiran a los revolucionarios, y que fueron el resultado de su larga lucha por la liberación —de lo cual aquella Revolución Francesa no fue más que una etapa—, y que son las ideas del socialismo y la aspiración de crear la verdadera sociedad de hermanos que es la sociedad comunista (APLAUSOS).

Esas son hoy nuestras hermosas banderas.

¡Y qué útil es hurgar en la historia extraordinaria de nuestro pueblo! ¡Cuántas enseñanzas, cuántas lecciones, cuántos ejemplos, qué cantera inagotable de heroísmo! Porque ningún pueblo en este continente luchó más por su libertad que el pueblo cubano. Ningún pueblo sufrió más, ningún pueblo se sacrificó más.

Eran unos cuantos cientos de miles de habitantes. La población cubana propiamente dicha apenas llegaba a un millón, descontados los españoles y los que estaban a su servicio. En la sola Guerra de los Diez Años, murieron en esta tierra 80 000 soldados españoles; en la sola Guerra de los Diez Años movilizó España 200 000 soldados contra nuestro pueblo. España movilizó contra el pueblo de Cuba en nuestras luchas por la independencia más soldados que los que movilizó en todo el resto del continente junto.

Contra ese poder, contra esa fuerza, se enfrentaron nuestros compatriotas. Contra ese poder, contra esa fuerza, lucharon Ignacio Agramonte y los hombres de su generación. Contra esa fuerza luchó nuestro pueblo y pagó un elevadísimo precio de sangre, de sacrificio, de lágrimas.

Y nuestro pueblo lo resistió. Y frente al revés no pensó en abandonar la lucha, sino que estaba más decidido que nunca a continuarla.

Y las riquezas de Cuba fueron exterminadas, y las poblaciones fueron desoladas. Se cometieron crímenes espantosos de todo tipo: desde el asesinato de aquellas camagüeyanas, las hermanas Juana y Mercedes Mora, con todos sus hijos, hasta el fusilamiento incalificable de los estudiantes de Medicina. Crímenes por el estilo, crímenes similares se cometieron por miles, por decenas de miles, pero no lograron aplastar la idea de la independencia, la idea de la libertad en nuestro pueblo. No hubo fuerza. ¡Ni la habrá! No hubo poder. ¡Ni lo habrá!

Y este centenario de hoy es una lección, porque un día como hoy murió Ignacio Agramonte. Y un día como mañana incineraron sus restos y los esparcieron por el aire. Dícese que su cadáver fue ultrajado. Dícese que un bárbaro lo golpeó con un látigo, cuando lo traían hacia la ciudad de Camagüey, muerto hacía horas. No le rindieron ni les permitieron rendir el menor tributo a sus desolados compañeros. No les permitieron ver los restos. Incluso no les fue permitido a los cubanos ver la victoria en 1878; no les fue permitido ver la victoria en 1895. Sin embargo, nada de eso pudo impedir el avance incontenible ni la victoria definitiva de nuestra patria.

Hace 100 años esparcieron los restos de Ignacio Agramonte, sin el menor respeto. ¡Pero un día como hoy, casi nueve millones de cubanos le rinden el tributo y el homenaje que se merece! (APLAUSOS PROLONGADOS)

Un día como hoy nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias victoriosas en la Sierra y en Girón le rinden tributo. Un día como hoy nuestras tropas desfilan por el lugar donde él cayera. Un día como hoy nuestros aviones, nuestros tanques, nuestros cañones, nuestras armas —¡que son armas revolucionarias y armas libertadoras como las que él organizó, como las que él forjó!— le rinden respeto.

Y si queremos saber cómo deben ser nuestros tanques en la hora del combate: ¡deben ser como la caballería camagüeyana de Ignacio Agramonte en el rescate de Sanguily! (APLAUSOS PROLONGADOS)

Hoy no tenemos caballería. Hoy tenemos tanques. Y serán en el combate, si se llega la hora de tener que defender la patria, como fueron los combatientes de Ignacio Agramonte frente a los "Tigres", frente a los "Abriles" y frente a cualquier enemigo.

Esta es la enseñanza que podemos recoger un día como hoy. Y que nosotros los cubanos de esta generación tenemos que inspirarnos en aquellos ejemplos, ¡y luchar!

Nuestras tareas inmediatas son otras: es el combate contra el atraso, es el combate contra la pobreza, es el combate contra el subdesarrollo. Ahí está hoy nuestro objetivo más inmediato; ahí está nuestra lucha.

¡Como ellos regaron con su sangre los campos de la patria, los campos de Camagüey, reguemos nosotros de escuelas, reguemos nosotros de hospitales, de viviendas, reguemos nosotros de fábricas y de granjas estos campos camagüeyanos!

Y si levantamos la vista en esta provincia vemos cómo se construyen ya por decenas. Y podemos decir con satisfacción que cada año podemos recordar decenas de nombres gloriosos con las escuelas que en esta sola provincia se están construyendo.

Y si queremos saber cómo deben ser los camagüeyanos en esta lucha contra la pobreza, en esta lucha por el desarrollo, en esta lucha por la Revolución: ¡Como los soldados de Ignacio Agramonte! ¡Y cargar al machete, como cargaba su caballería gloriosa en aquella épica contienda! (APLAUSOS).

¡Que vivan eternamente los héroes gloriosos de la patria! (EXCLAMACIONES DE: "¡Vivan!" y APLAUSOS)

¡Que viva la memoria inmortal de Ignacio Agramonte! (EXCLAMACIONES DE: "¡Viva!" y APLAUSOS)

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

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