Fidel innovador
Date:
Source:
Auteur:
De todas las estructuras de la Revolución cubana (políticas, organizacionales) ninguna es tan extraña como los CDR. Uno puede encontrar identidad absoluta, a la hora de establecer comparaciones, por ejemplo, entre el Partido Comunista de Cuba y aquellos que existían en el resto de los países que integraron el hoy desaparecido bloque socialista. Cualquiera de ellos, por encima de particularidades y diferencias, se define a sí mismo sobre la base de los siguientes postulados básicos:
Es considerado una agrupación de vanguardia,
que reúne a los elementos más conscientes de la población, en especial de la clase obrera, por ser esta la que liderea la lucha contra el enemigo imperialista
para la toma del poder político
y la realización efectiva de la «revolución».
El carácter de vanguardia de la organización proviene de su asunción de la ideología más progresista y emancipadora para los trabajadores, las clases populares y, en general, toda la sociedad.
De esta manera, el derrocamiento del viejo poder es apenas el inicio de la tarea verdadera, que es la creación e instauración de una nueva forma de Estado basada en la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción.
Estos esenciales mínimos son compartidos entre los viejos partidos comunistas de la antigua Europa del Este, así como por los modelos chino, vietnamita y coreano. Al menos, en sus inicios e incluso hoy –cuando numerosas fórmulas de economía de mercado y privatización han sido introducidas en estos países (los dos primeros)–, las luchas por la igualdad en estado «puro» siguen siendo una suerte de referente utópico de la voluntad estatal para alcanzar un mundo mejor para todos.
Otra organización, esta de alcance mucho mayor, como es la Federación de Mujeres Cubanas, muestra semejanzas –aunque sean parciales– con las organizaciones de mujeres que, desde 1959 y hasta hoy, existían o existen en diversas partes del mundo para la defensa (en un sentido muy amplio) de las luchas de las mujeres. Batallas como las libradas para garantizar a la mujer oportunidades de empleo, derecho al aborto, libertad para vestir las formas de determinada moda, la superación de obligaciones culturales como la celebración de las «fiestas de 15» o el enfrentamiento a la violencia de género, son prácticas compartidas con organizaciones para la lucha por los derechos de la mujer en otras partes del mundo.
Espacios como los del tejido ministerial de un país, en el cual son divididos en parcelas de especialización, son igualmente semejantes a los de cualquier otro país; los nuestros, de hecho, lo son tanto que incluso hubieron de ser «normalizados» para conseguir (en los distantes 70) una paridad estructural que favoreciera el más pleno entendimiento posible entre las direcciones soviética (por extensión, de los países socialistas) y cubana.
Organizaciones como los Sindicatos, la Unión de Jóvenes Comunistas, la Federación Estudiantil Universitaria, la Organización de Pioneros José Martí, la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media tienen –nuevamente con las particularidades de rigor en cada caso– numerosos pares o propuestas asemejadas a lo largo del mundo. Y lo mismo puede ser dicho de los aparatos judiciales, militares, policiales, de la seguridad nacional, etc.
En esta manera de mirar, las diferencias se tornan (y van develando cómo) rasgos de identidad, en tanto más radical es la distancia del resto de los modelos con los que se les pudiera comparar; esta dificultad para balancear los modelos lo mismo puede tener lugar en el espacio (es decir, en la sincronía) que en el tiempo (es decir, en la diacronía). Lo último, posibilita hacer análisis genealógicos y establecer linajes de lo que ha existido o no en el pasado, así como localizar, marcar, señalar los puntos de ruptura; es aquí, en estas fracturas y lugares de quiebre, donde, en atención al potencial de las propuestas, podemos hablar entonces de innovación.
A este propósito, ¿en qué sentido es innovadora la Revolución cubana y lo fue (o es) el pensamiento de su líder, Fidel Castro? ¿Qué inventó? ¿Por cuáles razones y qué potencial de futuro contiene aquello que haya podido crear? Creo que son, básicamente, dos los aportes de Fidel a esa ciencia/práctica mayor que es el diseño y organización de sociedades. El primero de ellos, a mi entender, es el hecho de haber propuesto colocar el Parlamento (la Asamblea Nacional del Poder Popular) «en la calle». Esta fórmula, imitación del viejo ideal griego del ágora, del espacio público donde el ciudadano era convocado a realizar su acción política, subyace en la idea de que el punto más alto en la práctica cotidiana del representante popular (el delegado, en el nivel barrial) sea el encuentro con aquellos a quienes representa, pero en el espacio de la calle. Este encuentro, préstese atención a los términos, no se formula como «encuentro con los vecinos» (cosa que bien pudiera ser, pues se trata de un proceso de barrio), sino con «los electores», cosa que anuncia la íntima conexión del hecho con el ámbito de las leyes.
Claro que sabemos, más allá de lo que lo mencionado anuncia, todo lo que el Poder Popular no es, sus limitaciones, errores y fracasos, los aspectos en el proceso electoral mismo que podrían ser mejorados; sin embargo, una estructura es tanto su existencia concreta como (partiendo del hecho mismo de que es y está) las infinitas posibilidades que nos ofrece para corregirla. Dicho de otro modo, el objeto pide y reclama su propia corrección; la lógica de su devenir en el tiempo es comenzar a envejecer desde el momento mismo en el cual empieza a operar, a interaccionar con lo que le rodea.
Por este camino, la segunda creación que necesita ser resaltada, esta todavía más radical, son los humildes, decaídos y no pocas veces olvidados Comités de Defensa de la Revolución, organización que empieza a sacudir la poca agilidad de años en los que se les vio –a pesar de sus potencialidades enormes– languidecer en silencio.
Conocemos la anécdota, según la cual, en ocasión del acto de masas celebrado en la ciudad de la Habana, el 28 de septiembre de 1960 (para recibir a Fidel luego de su intervención en la Asamblea General de la onu el día 26 de septiembre, par de días antes), mientras Fidel hablaba se escuchó entre la multitud el sonido de un petardo.
Este formidable discurso estaba poniendo en escena varios núcleos articuladores: el enfrentamiento radical al monopolio (como práctica y concepto); la praxis sacrificial de aquellos cubanos que en Estados Unidos apoyaban a la Revolución cubana; la diferencia, unidad y condición intrínsecamente revolucionaria de aquellos a los que –desde ya– define como oprimidos: obreros, blancos pobres, negros, indígenas, latinos, etc., en el corazón de Estados Unidos; el descubrimiento de un nuevo acceso a la identidad cuando se le lee desde dentro del imperio. Pero es cuando habla de los negros estadounidenses que el petardo suena.
Vale la pena reproducir el fragmento exacto:
«Nosotros vimos vergüenza, nosotros vimos honor, nosotros vimos hospitalidad, nosotros vimos caballerosidad, nosotros vimos decencia en los negros humildes de Harlem». (Se oye explotar un petardo).
A partir de aquí, «montado» encima del episodio, Fidel aplica la dramaturgia genial de proponer, en ese mismo instante:
«Vamos a establecer un sistema de vigilancia colectiva, ¡vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva! Y vamos a ver cómo se pueden mover aquí los lacayos del imperialismo porque, en definitiva, nosotros vivimos en toda la ciudad…».
El hecho de la lucha y su proyección hacia el futuro, lo que, en palabras de Fidel, «libera» al pueblo cubano «de las tristezas y de las vergüenzas del pasado». Una liberación que encuentra fundamento en el conocimiento y convicción de que los años venideros no van a ser, cosa que ya había anunciado en aquel célebre discurso del 8 de enero de 1959, «más fáciles», pues «el Primero de enero no finalizaba la Revolución, sino que empezaba». Ese tiempo futuro opera como un atractor, una suerte de inmenso escenario donde las fuerzas (de la transformación revolucionaria) están ya en movimiento a la espera de quien las opere; por tal motivo Fidel expresa: «…porque el futuro está lleno de sitios; en el futuro hay un lugar para cada uno de nosotros».
Como mismo la apelación implícita en el instante exacto de la invención de los cdr es de vigilancia y control, el final del discurso llama al alineamiento militante y militar al lado de la Revolución:
«¡Cada uno de nosotros somos soldados de la patria, no nos pertenecemos a nosotros mismos, pertenecemos a la patria! ¡No importa, no importa que cualquiera de nosotros caiga, lo que importa es que esa bandera se mantenga en alto, que la idea siga adelante, ¡que la patria viva!».
Sin embargo, pocos años más tarde, en el acto por el VII aniversario de la creación de los CDR, el día 28 de septiembre de 1967, la visión de Fidel es mucho más amplia y profunda porque los cdr son ahora mucho más que una cuestión de guerra y aparecen (junto con las tareas de control, vigilancia y resistencia) como herramientas para transformar la vida.