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Una luz de gratitud

Osier y su equipo ya no cuentan los pacientes que operan, porque el agradecimiento es suficiente.

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Periódico Granma

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Si para Johny Va­lesillos la medicina cubana que curó la ceguera de su padre es la expresión ideal y superior del concepto hipocrático; para Edison, listo en una sala aséptica a la espera de operarse el segundo ojo, es inadmisible no corresponder a la total gratuidad de “un servicio en que te lo dan todo y uno nada, no puede ser”.
 
Mientras a Tomasso Mascarucche, el padre de Johny, le retiran el vendaje de la operación de cataratas que lo libró de una oscuridad de 15 años, su hijo traza una parábola filosófica de gratitud que viene desde la Grecia antigua hasta los días actuales, en que tuvo la opción de dos medicinas para sanar a su viejo.
 
“Mira hermano, más contento imposible. Ya estaba harto de ofertas en clínicas privadas, me­dicamentos caros, tratamiento por facturas… y no recuerdo que Hipócrates mencionara eso en su código del oficio mé­dico.
 
“Entonces vengo con los cubanos, y ya está el viejo curado. Pero no es solo la operación, sino el trato especial desde el inicio. Te programan la cirugía, te dan todo el medicamento necesario, explican sin molestarse, con un cariño de familia y el único interés de que te sanes, así, todo gratis, pana”.
 
En el centro oftalmológico Simón Bolí­var, de Mariara —nombre con que se conoce a la parroquia Rafael Urdaneta, del municipio carabobeño Diego Ibarra— los testimonios de pacientes son diversos, pero siempre en la misma cuerda del agradecimiento; aunque lo expliquen con argumentos insólitos como los aguacates que siempre trae a la consulta Edison, “para el doctor y sus enfermeras, porque no está bien que nos den todo gratis, y nosotros no paguemos con nada”.
 
ENTUSIASMO QUE ARRASTRA
 
La historia de este centro, creado en el 2007, puede contarse completa en el relato de sus beneficiados, que viajan hasta allí en bus­ca de los cubanos desde cualquier rincón del estado centro-occidental.
 
Es cierto que en la zona la prevalencia de la catarata es alta, pero igual de alta es la profesionalidad de la gente del Simón Bolívar, una combinación que lo coloca entre los de su tipo que más intervenciones realiza a este padecimiento en el país.
 
“Hacemos de 15 a 20 cirugías diarias, y hemos tenido jornadas de 25”, explica la pinareña Nureya Blanco, directora de la entidad.
A ella misma no es posible verla tranquila, ni en su oficina, porque prefiere el tráfico de sala en sala, la conversación con el paciente, saber sus nombres, de dónde vienen, dueña de un dinamismo que contagia a su equipo de 15 especialistas y técnicos.
 
“Debe ser cosa del calor del clima aquí, en Cuba, y hasta en Ecuador, donde estuve en una misión anterior. Lo cierto es que prefiero el movimiento”, dice la enfermera directora, a quien le viene de oficio el buen trato y es la clave para su liderazgo.
 
También cuenta su sentido del humor, ese que pone alegría al ritmo de trabajo cotidiano y le permite apreciar, con el típico sazón del cubaneo, las historias más divertidas de sus pacientes; como la de aquella señora de 59 años que al recuperar la vista dedicó a su pareja de poco tiempo la primera mirada: “¡Ay, pero qué feo eres!, fue lo que dijo”, narra Nureya.
 
LAS RAZONES DE OSIER
Pero salón adentro, allí donde impera la concentración y la destreza médica, se concreta el milagro real que da nombre a la misión rec­tora.
 
De la mano del cirujano oftalmólogo Osier Figueredo, y de su equipo de enfermeros y enfermeras, uno a uno van saliendo los pacientes de la oscuridad a la luz; creyéndose bendecidos por una fuerza superior, que no es sino el altruismo natural del colaborador cubano.
 
Osier es primerizo en Venezuela, pero no en el oficio de darse para otros lejos de casa y de su familia; pues antes dedicó un par de misiones largas en el África, exactamente en Gambia (2002) y Mali (2008).
 
“Creo que fue allá donde gané la mayor destreza, pues eran más de 40 cirugías por posición, en condiciones muy difíciles, por el clima, la tecnología…
 
“Nunca había tenido ese ritmo y empecé a sumar los pacientes. Cuando llegué a 10 000 dejé de contar; porque a esas alturas no era lo importante.
 
“Si paras un momento y miras atrás, te das cuenta de que lo más grande es la recuperación de la vista de la gente, por el impacto directo que genera en su bienestar, en su calidad de vida, en la posibilidad de hacer las cosas que hace tiempo no hacía.
 
“Cierto que mientras más pacientes intervienes, más crecen tus habilidades quirúrgicas; pero el número no es lo esencial, y si la cosa es de cifras, pienso mejor en la cantidad de agradecimientos individuales que he acumulado; porque una persona curada significa la gratitud de él, del hijo, de la esposa o el esposo, y de toda la familia que ve un salto en su bienestar de un día para otro.
 
“Claro que me satisfacen las gracias de un paciente; pero si al salir no las da, o no pregunta por nosotros, no me sobrecoge; pues siempre recordará que fue curado por la solidaridad de los cubanos.
 
“Eso. Prefiero que recuerde el nombre de Cuba, y que las manos que lo operaron fueron las de la medicina cubana”.