Lettres et messages

A los participantes en la Reunión Ministerial del Grupo de los 77

Distinguidos participantes en la Reunión Ministerial del Grupo de los 77:

Permítanme expresarles mi más fraternal saludo. Era mi mayor deseo participar personalmente en esa reunión. No fue posible.

Mis palabras son para expresarles, ante todo, el honor y también la responsabilidad que Cuba asume al acoger en La Habana la Cumbre Sur, a celebrarse entre el 10 y el 14 de abril del próximo año.

Este importante evento de alto nivel que nuestro país convoca por acuerdo de la Reunión Ministerial del Grupo de los 77 y China, celebrada hace sólo un año, en septiembre de 1998, tendrá lugar en una coyuntura histórica de vital importancia para el mundo, y en particular para su parte más desfavorecida, que son los países aquí representados.

El Grupo de los 77 necesita de una reflexión colectiva sobre cómo enfrentar las nuevas realidades mundiales para tener acceso al desarrollo, erradicar la pobreza, defender las culturas y ocupar el lugar que le corresponde en la toma de decisiones globales que a todos afectan.

Desde su constitución en 1963, este Grupo ha desempeñado una relevante función como representante del Sur y defensor de sus intereses en múltiples negociaciones. Formamos un conjunto de países caracterizados por la diversidad en cuanto a la geografía, las culturas y los niveles de desarrollo económico.

Esa diversidad no debe ser debilidad, sino fuerza.

En la reflexión serena y el intercambio sincero de ideas, encontraremos las vías para incluir los legítimos intereses de todos los países miembros, sean mayores en extensión geográfica o más pequeños, sean de una u otra región, de una u otra cultura, continentales o insulares.

Por encima de la diversidad y como factor de unidad y cohesión, compartimos la condición de grupo de países al que muy poco y en muchas ocasiones prácticamente nada alcanzan los beneficios del actual orden mundial con sus brillantes tecnologías, expansión de mercados y burbujas financieras.

Nos encontramos a las puertas de un nuevo milenio, enfrentados a los enormes desafíos que plantea un orden mundial unipolar y un proceso de globalización que avanza impetuosamente conformando un mundo con mayor potencial tecnológico que nunca antes y también con mayores desigualdades y exclusiones.

La globalización es el proceso histórico que va definiendo el escenario mundial en este fin de milenio.

Se trata de una realidad irreversible, caracterizada por la creciente interrelación de todos los países, economías y pueblos en virtud de los grandes avances científico-técnicos que han acortado las distancias y han hecho realidad las comunicaciones y la transmisión de información entre países situados en cualquier lugar del planeta.

La globalización, con sus impresionantes logros tecnológicos, representa un enorme potencial para el desarrollo, la erradicación de la pobreza y el fomento del bienestar en condiciones de equidad social para toda la humanidad. Nunca antes contamos con tan formidables recursos tecnológicos como los que hoy existen.

Pero muy lejos se encuentra el mundo de ver realizadas esas posibilidades que la globalización encierra. Ella transcurre hoy bajo el dominio de la política neoliberal, que impone un mercado sin regulación y una privatización a ultranza.

Lejos de hacer realidad la difusión del desarrollo en un mundo cada vez más interdependiente y, por tanto, más necesitado de compartir el progreso, la globalización neoliberal ha agravado las desigualdades y elevado a niveles extremos la falta de equidad social y los más irritantes contrastes entre opulencia y extrema pobreza.

Si en 1960 la diferencia de ingreso entre el 20 por ciento más rico de la población mundial que vive en países desarrollados y el 20 por ciento más pobre que vive en el Tercer Mundo era de 30 a 1, en 1997 esa relación era de 74 a 1.

El culto al mercado sin regulación prometió la progresiva convergencia en los niveles de desarrollo, pero las dos últimas décadas han traído consigo la mayor concentración del ingreso y de todo tipo de recursos y un ahondamiento de la brecha entre naciones desarrolladas y subdesarrolladas.

Los países miembros de la OCDE, con el 19 por ciento de la población del planeta, concentran el 71 por ciento del comercio mundial de bienes y servicios, el 58 por ciento de la inversión extranjera directa y el 91 por ciento de todos los usuarios de Internet.

Es evidente que las oportunidades que abre la globalización se distribuyen muy desigualmente bajo las condiciones del culto a la competitividad del mercado y la reducción del papel de los gobiernos a receptores pasivos de decisiones tomadas en los centros de poder financiero.

Para que la globalización haga realidad su enorme potencial de beneficio para la humanidad, necesita ser acompañada por un nuevo orden mundial, justo y sostenible, que incluya la participación de los países del Tercer Mundo en la toma de decisiones globales; la transformación profunda del sistema monetario internacional, dominado por el privilegio del que goza la moneda nacional de Estados Unidos; un enfoque integrado del desarrollo, que evite la separación del comercio, la inversión y las finanzas en esferas independientes para ejercer más fácilmente el dominio de los países desarrollados. Necesita, además, la reducción de la creciente distancia entre el grupo de países más ricos y la gran mayoría de países pobres, y el cese de las prácticas proteccionistas en abierta contradicción con la retórica liberalizadora tantas veces repetida.

La globalización no puede desplegar su potencial de progreso y desarrollo para todos y no sólo para una minoría privilegiada, sin un diálogo entre los países desarrollados y el Tercer Mundo, amplio, responsable y con plena comprensión de las responsabilidades comunes que la globalización misma exige, pero también de las diferencias de desarrollo que hacen injusto y absurdo pedir igualdad de compromisos entre partes profundamente desiguales.

Ante todo, este diálogo tiene que ser entre partes con igualdad de derechos, y no un monólogo en que al Tercer Mundo le corresponda el papel de escuchar el discurso sobre lo que debe hacer para merecer certificados de buena conducta.

Son muchos los puntos a incluir en la agenda de ese diálogo. Nuevos conflictos y crecientes desigualdades requieren de una negociación en la cual nuestra capacidad de concertación como Grupo de los 77 y una conducta negociadora inteligente, flexible y con firmeza en los principios, son condición imprescindible para lograr un diálogo Norte-Sur renovado y capaz de estar a la altura de los inmensos desafíos globales que enfrenta la humanidad, en especial el de la necesidad de globalizar el desarrollo sobre bases sostenibles de preservación del medio ambiente y equidad social.

Para nuestros países es de importancia primordial elaborar su agenda, definir nuestras prioridades y concertar nuestras posiciones para la negociación. Temas como el de la deuda externa del Tercer Mundo y la pesada carga de su servicio, que asfixia a muchos de nuestros países; el sistema monetario y financiero internacional, sacudido por frecuentes crisis financieras que desestabilizan la economía mundial y golpean con especial crudeza a los países pobres; el sistema multilateral de comercio, dominado por reglas de liberalización extrema impuestas por los países desarrollados y por ellos violadas cada día mediante el proteccionismo selectivo; las desfavorables tendencias de precios de los productos básicos en un mercado mundial cada vez más dominado por grandes transnacionales cuyas ventas anuales superan el producto interno bruto de muchos de nuestros países, son algunos de los puntos que requieren de nuestro examen y concertación. Las desigualdades y peligros contenidos en las normas para el comercio de servicios y la propiedad intelectual, así como la disminución de la ayuda oficial para el desarrollo hasta niveles que se alejan más cada vez de los compromisos contraídos por los países desarrollados, son aspectos igualmente importantes que deberán ser analizados.

El Sur necesita del Sur. La cooperación entre nuestros países es uno de los temas sobre los cuales la Cumbre que celebraremos en La Habana debe hacer un mayor aporte mediante acciones concretas y mecanismos innovadores. La promoción de la cooperación Sur-Sur es nuestra vía para compartir las experiencias y capacidades que poseemos.

El tema relativo al conocimiento y la tecnología es de especial relieve en nuestra agenda, porque en él abordamos los problemas que deciden, en buena medida, el futuro de nuestros países.

Es urgente enfrentar la situación de indigencia en que nuestro grupo de países se encuentra en este escenario de las redes globales de información, Internet y todos los medios modernos de transmisión de información e imágenes. Ese brillante mundo de intercambio de conocimientos e imágenes sigue siendo ajeno y vedado para nuestros países.

Para acceder a Internet es necesario al menos saber leer, tener una línea telefónica, una computadora y dominar el idioma inglés, en el que aparece el 80 por ciento de los mensajes contenidos en la red. Cualquiera de esos requisitos, y más aún todos a la vez, es de difícil realización en muchos de los países del Grupo de los 77.

La realidad es que en Estados Unidos y Canadá, con menos del 5 por ciento de los habitantes del planeta, viven más del 50 por ciento de los usuarios de Internet, y que en Estados Unidos hay más computadoras que en el resto del mundo.

La base de esa extrema desigualdad se encuentra en las escasas posibilidades para la investigación vinculada al desarrollo. El 84 por ciento del gasto mundial en investigación-desarrollo corresponde a sólo 10 países.

Las nuevas tecnologías de las comunicaciones han dividido al mundo entre los conectados y los no conectados a las redes globales.

Conectarnos al conocimiento y participar en una verdadera globalización de la información que signifique compartir y no excluir, que acabe con la extendida práctica del robo de cerebros, es un imperativo estratégico para la supervivencia de nuestras identidades culturales de cara al próximo siglo.

Para Cuba es de la mayor trascendencia que los 133 países que integramos el Grupo de los 77 discutamos nuestros puntos de vista sobre estas decisivas cuestiones y adoptemos estrategias comunes para defender nuestros intereses en un mundo unipolar en el que cada vez son más evidentes los intentos de unos pocos de barrer con los principios del Derecho Internacional consagrados en la Carta de las Naciones Unidas, que durante más de medio siglo han presidido las relaciones entre todos los países. Mas no sólo los principios del derecho internacional, hasta la propia existencia de los Estados medios y pequeños está en riesgo. Se les exige incluso hasta dejar de respirar para que gigantescas empresas transnacionales y unos pocos Estados superpoderosos, bajo la égida de uno solo de ellos, lo decidan todo. Tal filosofía no sólo es inaceptable sino más bien absolutamente insostenible.

La Cumbre Sur en La Habana será el marco propicio para concertar nuestras posiciones de cara a la Asamblea y la Cumbre del Milenio, en defensa de un mundo con justicia social y posibilidades reales de desarrollo para todos los pueblos del planeta.

Cuba pone a la disposición de los países del Grupo de los 77 sus experiencias en la práctica de la cooperación. Sólo en el campo de la salud, más de 25 mil médicos cubanos han prestado servicios en decenas de países del Tercer Mundo, y en la actualidad una cifra superior a 1.200 médicos y especialistas de la salud lo hacen de forma absolutamente gratuita en Centroamérica, Haití y el norte del África subsahariana; varios miles más están listos para cumplir esa tarea. No para trabajar en las capitales o grandes ciudades, sino en pueblos, aldeas y lugares apartados, donde más se necesitan. Millones de vidas podrían salvarse con este modesto pero sinceramente solidario esfuerzo, que aporta los recursos humanos necesarios. Funciona ya en La Habana la Escuela Latinoamericana de Medicina, con una matrícula de 2.000 estudiantes procedentes de 18 países de la región. Esa matrícula crecerá a 3.000 dentro de pocos meses. Y en tres años más, la cifra de estudiantes de medicina caribeños y latinoamericanos alcanzará a 6.000. En África cooperamos en la creación y desarrollo de centros superiores de enseñanza médica. Trabajamos aceleradamente en el desarrollo de vacunas contra el SIDA y otras mortíferas enfermedades tropicales. Una nueva concepción del papel del médico en la sociedad humana se desarrolla con incontenible fuerza. Un plan similar para impulsar el desarrollo de la educación física y el deporte en el Tercer Mundo está ya en marcha con el envío de entrenadores altamente especializados y la creación en nuestro país de un centro superior de profesores de educación física y deportes para jóvenes de otros países. La cooperación en la formación de cuadros científicos y técnicos se extiende a otras ramas. Estamos a punto de concluir y poner a prueba un sistema para enseñar a leer y escribir utilizando la radio, lo que haría posible que muchos Estados, con un número insignificante de maestros y un exiguo gasto de recursos económicos y materiales, puedan alfabetizar a cientos de millones de personas en el Tercer Mundo que viven en áreas rurales, y que de otra forma exigirían millones de maestros y gastos por decenas de miles de millones de dólares cada año ─algo inalcanzable.

Ruego me excusen por mencionar estos datos. Sólo deseo expresar cuán infinito es el campo de nuestras posibilidades, cuánto puede lograrse con un poco de espíritu de solidaridad y cooperación internacional. Cuba no es más que un pequeño país que ha soportado cuarenta años de ininterrumpida, rigurosa e implacable guerra económica. ¿Qué no podríamos alcanzar si nuestros países trabajan estrechamente unidos? No sólo la actual civilización podría salvarse, sino también asegurar la supervivencia de nuestra propia especie.

Sólo unidos seremos capaces de hacernos escuchar, de luchar por nuestros intereses, de defender nuestro derecho a la vida, al desarrollo y a la cultura.

Esperamos que cada uno de ustedes transmita a sus jefes de Estado y de Gobierno, junto a nuestra mayor consideración y respeto, estas reflexiones y el deseo de Cuba de acogerlos en La Habana en abril del próximo año, como ya prometimos al acordarse esa reunión.

Fraternalmente,

Fidel Castro Ruz

19/09/1999